viernes, 31 de octubre de 2008

MÉXICO PARA PRINCIPIANTES - HOY: DÍA DE MUERTOS - PARTE 1

Carlos Malbrán




“La Catrina”, José Guadalupe Posada, (1852-1913)


… Y así seguimos andando
curtidos de soledad
y en nosotros nuestros muertos,
pa’ que naide quede atrás…
Los Hermanos, Atahualpa Yupanki

Antes, hace mucho tiempo, cuando aún no había llegado la pólvora, espantando pájaros y quemando flores y vidas, Coatlicue, la de la falda de serpientes, la dueña de la vida y de la muerte, estaba barriendo un día y sobre ella bajó una hermosa bola de plumas muy finas que guardó en su seno. Cuando terminó, la buscó y ya no estaba. Sintió que había entrado en su vientre. Una vez más había quedado embarazada.
Querida amiga, si la prueba del embarazo le dio positiva, no trate de echarle la culpa a unas plumas, porque en estos tiempos nadie se lo va a creer. Lo cierto es que esta señora: la Coatlicue, era de familia numerosa y sus otros hijos, que eran cuatrocientos uno, se disgustaron mucho con este embarazo. ¡Está bueno ya! Dijeron y muy ofendidos decidieron matar a la madre deshonrada; pero cuando iban a consumar el crimen, el fruto de su vientre, Huitzilopochtli, nació de pronto convertido en guerrero armado y salió a defenderla. Fue una lucha dura, pero Huitzilopochtli venció. Cortó la cabeza de su hermana Coyolxauhqui y la arrojó al cielo, donde se convirtió en la luna, y a sus cuatrocientos hermanos vencidos los transformó en las estrellas.
Desde entonces cada día, el sol: Huitzilopochtli, lucha contra ellos, venciendo siempre a las tinieblas para que su luz nos de vida, frutos, flores y la hermosa sonrisa de la mañana.
Esto que es parte de la cosmogonía mexica, no difiere demasiado de la de otras naciones prehispánicas que, aunque muy distintas y aisladas unas de otras, tienen en común la poesía con la que encuentran respuestas a algunos de los problemas esenciales del hombre y que han dado nacimiento a todas las religiones: el origen de la vida, su carácter finito, la inmortalidad y el deseo de trascender en el tiempo. El sol y la luna estarán siempre presentes en casi todas las etnias americanas, como también la luz y las tinieblas, la vida y la muerte. Ya antes de que a estas playas llegaran las carabelas, Netzahualcoyotl, (coyote que ayuna), señor de Texcoco y gran poeta decía:

Yo Netzahualcoyotl lo pregunto
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.

Ahí surgió la idea del más allá, lo infinito, la inmortalidad. Un lugar al que seguramente iremos todos. Pero las almas no se van completamente, porque si nos amaron en este mundo, lo harán más allá de la muerte y entonces nos visitan cada tanto para vernos, compartir nuestras penas y alegrías.
Los meses noveno y décimo del calendario mexica estaban consagrados a los muertos. Se dedicaban fiestas a los niños y a los parientes fallecidos. Hay registros de estas celebraciones entre los mexicas, purépechas, mayas y totonacas.
Los chibchas o muiscas, que antes de que llegara la espada y la biblia, tenían su centro junto al río Magdalena, cerca de Bogotá y cuyos dominios se extendían desde lo que hoy es Panamá hasta los altiplanos de la cordillera Oriental de Colombia. También adoraban al sol, Sua, y a Chia, la luna; pero no tenían templos consagrados al sol, porque según ellos era imposible meter tanta majestad entre paredes.
Como la mayoría, tenían a la muerte como un pensamiento obsesionante y la representaban con una figura que llevaba en las manos una red, con la que aprisionaba a sus elegidos. Creían que el hombre estaba formado por una parte corruptible y otra inmortal, que en el final de esta vida emprendía un largo viaje hacia el más allá. Había entonces que rodear al cadáver con ollas de comida, mantas y todo lo que necesitara para la travesía, sin olvidar, por supuesto, la chicha, para que no le faltara un buen trago. Momificaban a sus muertos más importantes y al pie de sus tumbas entonaban cánticos y bebían durante varios días. Grandes artesanos, muchas de sus tumbas constituyen verdaderos tesoros: adornos de oro macizo, mascarillas de oro con piedras preciosas incrustadas, cetros, y esmeraldas.
Antes de que los españoles les hicieran el favor de descubrirlos, los incas eran el estado mayor de América. Su nación abarcaba lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, centro de Chile y noroeste de Argentina. Inti, el sol, era el dios tutelar y Quilla, o Quillamama, la luna, era a la vez su hermana y esposa, pero no muy fiel por cierto, ya que una vez, según murmuraciones, (la gente es mala y comenta), un zorro se enamoró perdidamente de ella y todas las noches aullaba, implorándole su amor.
Mujer al fin, Quilla se conmovió ante la insistencia de los requerimientos y dejó caer una soga de plata por la que el enamorado subió para nunca más separarse de su amada, y el que no me lo quiera creer, que observe a la luna llena y verá la silueta del zorro, que tal como lo desea cualquier amante, quedó para siempre pegado al cuerpo de la luna.
Chismes aparte, digamos que entre los incas, la idea de que la muerte no alejaba al espíritu del finado, los obligaba a organizar banquetes en los que bebían y comían contentado al difunto y a los espíritus de los comensales también. Pero digamos que el muerto conservaba el estatus que en vida había tenido y si aquí había sido importante, lo sería en el más allá y su tumba estaba en consonancia con esto. Los emperadores eran embalsamados y sus momias eran sacadas en algunas ocasiones para que presidieran las ceremonias; pero si el muerto era humilde, bastaba una vasija de barro que hacía las veces de urna.