sábado, 25 de octubre de 2008

¡PAREN EL MUNDO! ¡ME QUIERO BAJAR!

UN POCO DE HISTORIA PARA ENTENDER LA CRISIS

Carlos Malbrán
¿Qué es el delito de robar un banco en comparación con el de fundar uno?
Bertolt Brecht

Cuando a mediados de 1600, los colonos holandeses de los EE UU levantaron una pared de madera y barro, que los defendiera de los ataques de los indios y evitara que sus esclavos negros escaparan, no sabían que más de 350 años después las primeras planas de los periódicos de todo el mundo mencionarían esa pared.
Porque eso es lo que ha sucedió en los últimos días. Derribada por los británicos en 1699, la muralla desapareció, pero la calle que allí nació la recordará siempre, porque aún se llama Wall Street, (Calle del Muro), a esa vía bulliciosa y angosta del bajo Manhattan, al este de Broadway y cuesta abajo de East River cuya sola mención nos habla del corazón financiero del Imperio.
Dicen que a finales del Siglo XVIII, había un gran árbol junto a esa pared, a cuya sombra se reunían a comerciar especuladores, prestamistas e intermediarios financieros. Ese fue el origen de la Bolsa de Comercio de Nueva York.
Al parecer al árbol se le cayeron todas las hojas, porque en estos días Wall Street se ha desplomado ante un huracán de proporciones no esperadas por los sesudos economistas del capitalismo. El ventarrón de este “septiembre negro” ha sido de tal magnitud que hizo tambalear toda la estantería del sistema financiero internacional y muchos analistas comparan el desplome de Wall Street en lo financiero, con el significado que tuvo la caída del Muro de Berlín en la geopolítica del mundo.
Pero ¿qué es lo que ha sucedido realmente?
Para comprenderlo mejor, echemos mano a la historia, que es la que sirve para explicarnos muchas cosas del presente:
En la Edad Media europea, la gran obsesión era el oro. África y América fueron diezmadas y millones de personas murieron en las minas trabajando como esclavos. Todo el oro era insuficiente para saciar la ambición de los poderosos.
El oro se convirtió en valor de cambio y cada señor feudal acuñaba sus propias monedas, las que sólo tenía valor dentro de sus dominios, y ahora veremos porqué. Con esas monedas se podía realizar el intercambio. Alguien que tenía cuatro gallinas que quería cambiar por unos zapatos, ya no necesitaba vagar con las gallinas al hombro buscando alguien que gustando del caldo de esa ave, tuviera además el par de zapatos de la medida necesaria. Simplemente vendía las gallinas y con las monedas obtenidas compraba los zapatos.
Esas monedas no necesitaban de ningún respaldo, porque eran de oro. Según su tamaño era los gramos de oro que contenían y de acuerdo a ello era su valor.
Aquí es donde hace su aparición un personaje que nos faltaba en esta película: el alquimista, que era un tipo, combinación de químico, brujo y timador, que prometía convertir cualquier metal en oro y aunque no hubo uno sólo que lo lograra, algunos persuadieron al monarca sobre la conveniencia de bañar con oro monedas que se hacían con cualquier metal. En otras palabras: el noble se hizo delincuente.
Fue entonces que la gente comenzó a morder las monedas para cerciorarse si eran de oro o de cualquier metal o bañadas en oro. Es por eso que las monedas comenzaron a tener valor sólo en la comarca dominada por un señor. Los únicos que tenían que aceptar la estafa eran sus súbditos.
Pero además de la circulación de monedas truchas, (o sea que no eran de oro), apareció otro inconveniente: no era fácil andar de pueblo en pueblo cargando bolsas con monedas, pesaban y además los salteadores de caminos hacían de las suyas.
En el siglo IX durante la dinastía Tang, los chinos inventaron la letra de cambio, antecesora del billete actual. Por una retribución determinada, que era siempre un módico porcentaje sobre la suma depositada, el viajero dejaba su oro en manos de un financiero, (un banco), y este le entregaba un pagaré que podía cobrar al llegar a destino. Claro que en la mayor parte de los casos, allí le daban otro pagaré a cuenta de su oro.
En Europa los primeros fueron los comerciantes venecianos y los templarios. El sistema se extendió rápidamente. Al comienzo todo era legal, los bancos sólo emitían papel por el oro depositado, quedándose como única ganancia, con la comisión correspondiente por esta operación, pero los banqueros se engolosinaron; comenzaron a imprimir más pagarés que oro había en sus bóvedas.
Pronto el mundo se encontró lleno de papeles que representaban una ilusión: tenían un valor denominado, pero no estaban respaldados por nada y si un día todos los que poseían billetes de un banco hubieran concurrido a hacerlos efectivos, el emisor habría colapsado, porque no tenia en sus arcas todo el oro necesario.
Sucedió algunas veces. En la Italia del renacimiento, los prestamistas hacían sus negocios sentados sobre una banca en los mercados. Si por algún motivo se volvían insolventes, las autoridades o los clientes enfurecidos le rompían la banca, en ocasiones sobre la cabeza o la espalda. De allí nos viene el término bancarrota, pero esto no sucedía casi nunca, porque los billetes circulaban y todo el mundo conforme. Sobre todo los banqueros.
Al principio el gobierno autorizaba a determinados bancos para que emitieran el dinero, pero pronto decidió tomar el negocio en sus manos. Lo hizo apropiándose del monopolio en la emisión de dinero o llegando a un acuerdo con los bancos privados. Aún hoy la Reserva Federal de los EEUU, (el sistema bancario central del Imperio), es un consorcio entre el gobierno, representado por una junta de gobernadores, doce bancos federales y bancos privados.
Esta trampa que nació en la Edad media, funciona hasta nuestros días.
Veamos como actúa el banco:
Si alguna vez usted necesitó dinero y concurrió a una institución bancaria, de esas que se promocionan diciendo: “Somos sus amigos”, “Confiamos en usted”, “Somos solidarios”, o cualquier otro eslogan parecido, se habrá dado cuenta de que los bancos no tienen amigos; que no confían en usted y que tampoco son solidarios. Ellos le prestan a aquel que puede demostrar que no necesita.
Pero si usted deposita un millón de dólares y puede demostrar que posee activos, (edificios, tierras, maquinarias etc.) por el doble de ese depósito, entonces el banco tasa esos activos por debajo de su valor real, (digamos 70%) y tomándolos en garantía y le presta otro millón de dólares. Si usted devuelve el préstamo más los intereses, el banco hizo un buen negocio, pero si no lo hace el banco simplemente se queda con lo que tomó en garantía y listo. En cualquier caso gana.
Como ve querido lector, este asunto del dinero, es desde sus inicios doloso, claro que estamos hablando de quienes lo manejan, no de usted o de mí que estamos como la yira de Discépolo: “… buscando ese mango que te haga morfar.”
A estas alturas se estará haciendo algunas preguntas: ¿Cómo funciona la bolsa de comercio? ¿Qué sucedió realmente en Wall Street? ¿Esto nos afectará a nosotros?
Vamos con la primera pregunta:
¿Cómo funciona la bolsa de comercio?
Suele llamarse a la bolsa, Mercado de Valores y esto es correcto, porque es lo más parecido a un mercado. Sólo que aquí no compra usted calabazas o chorizos, sino acciones de las empresas.
¿Qué es una acción?
Es un documento por el cual usted se hace copropietario de una empresa que ha puesto acciones a la venta en ese mercado. Esto no le da el control sobre la política de esa empresa, pero lo hace partícipe de las ganancias de la misma. Si a la empresa le va bien, a usted también y las acciones que posee, suben de valor. Si sucede lo contrario bajan.
¿Qué sucedió realmente en Wall Street?
Esto que pareciera simple, se complica cuando los especuladores, comienzan a comprar y vender acciones haciendo que las mismas suban muy por encima de su valor real. Podemos decir que de ese modo, el capital de esa empresa es “inflando”, llegando un momento en que sumado el valor de las acciones, según su cotización en el mercado, este es mucho mayor de lo que la empresa en cuestión vale realmente. Es lo que en economía se conoce como “burbuja financiera”. Usted ha escuchado siempre decir: “el vivo vive del tonto”, pero hay una teoría económica que en inglés se conoce como: “The Bigger fool theory”, Teoría del más tonto, que demuestra que el tonto vive de otro más tonto y que se puede hacer dinero comprando acciones, estén estas sobrevaluadas o no, vendiéndolas después con un sobreprecio, porque siempre habrá uno más tonto que lleno de optimismo las compre. Ese a su vez encontrará uno más tonto que él y así sucesivamente. Naturalmente la burbuja estallará cuando el tonto mayor no pueda encontrar otro tonto, o sea uno que pague un precio más alto.
Esto nos explica más o menos lo que ha sucedido y no hay ninguna duda de que afectará a todo el mundo, porque las economías de los países están interrelacionadas y si usted tiene algo para vender, necesita encontrar a alguien que lo requiera, pero la condición ineludible es que él tenga con que pagar. Rafael Hernández, el gran compositor puertorriqueño, nos dice en El Jibarito, una obra maestra que nos explica los resultados de la crisis de los años 30’: “Pasa la mañana entera / sin que nadie pueda / su carga comprar / Todo, todo está desierto / y el pueblo está muerto / de necesidad…”
Para tener una idea aproximada de lo sucedido, digamos que la globalización llevó a la economía del planeta a vivir una borrachera virtual, tan alejada de la realidad que la burbuja financiera en un momento sumaba más de 250 billones de euros lo que representaba una cifra que estaba seis veces por encima de la riqueza real del mundo.
Esta carrera alocada, comenzó ya hace algunos años. “Viva el neoliberalismo”, gritaban los especuladores y dictaban cátedra junto con los “Chicago Boys”, (los muchachos de la Universidad de Chicago), sobre la necesidad de dejar libre los mercados, que sabrían regularse por si mismos y eliminar la intervención del Estado, que, según ellos, es casi siempre ineficiente y corrupto. Milton Friedman y Friedrich Hayek, eran el nuevo catecismo, “El Estado no es la solución, es el problema”, sostenían, olvidando que había sido el Estado, con las ideas de John Maynard Keynes, el que proporcionó, (participación en la Segunda Guerra Mundial incluida), las soluciones para que el capitalismo saliera de la crisis ocasionada por el desplome de la bolsa en 1929.
“Achiquemos el Estado, la empresa privada es mejor y más eficiente”, nos decían y olvidando que no se le puede pedir a la empresa privada que cumpla funciones sociales, porque su fin es la ganancia, no el altruismo o el bien público, hasta el agua fue colocada en manos de los especuladores. En nuestro país hubo pueblos que murieron porque los trenes dejaron de circular por ahí. A la empresa poco le importaba el aislamiento de esas personas, sino evaluar si esa ruta era o no redituable. Hay compatriotas que viven en la incomunicación. Jamás han hecho una llamada telefónica porque llevar cableado hasta ellos “no es negocio”. Por el mismo motivo otros viven en la oscuridad, carecen de cloacas o no tienen agua potable.
Se privatizaron empresas del Estado que no eran deficitarias y le dejaban ganancias que le permitían desarrollo y asistencia social. Mediante argucias jurídicas se conculcaron derechos que los trabajadores habían obtenido. En América latina la brecha entre los que más tienen y los que padecen miseria se profundizó. Carlos Saúl Menem y su superministro Domingo Cavallo, cumpliendo con todos los postulados del neoliberalismo, precipitaron a la Argentina a los mayores niveles de miseria conocidos en su historia.
Pero hay cosas asombrosas, la primera de las cuales es que los mismos que hasta ayer exigían que el Estado no debía intervenir, ahora giman reclamando que lo haga para que los saque del pozo en el que ellos solitos se han metido. Aceptan con buenos ojos que el gobierno de los EE UU haya dispuesto de más de 700 mil millones de dólares para salvarlos. ¿Cómo? ¿No es que los mercados eran autosuficientes y sabrían regularse por sí mismos?
Ahora, que ellos son el problema, parece que el Estado es la solución.
Respecto de la asistencia que el Estado daba a la agricultura decían: “nuestros campesinos son vagos, cuando el gobierno les da un préstamo, se lo beben y no lo devuelven”, “Que el Estado no intervenga para nada”, sostenían repitiendo una lección aprendida en EE UU, que mientras pregonaba esto, subsidiaba su agricultura para impedir que lo sembrado por nuestros “vagos” campesinos le quitara mercado a lo producido por los vagos de ellos.
“Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”, era la lección emanada desde el Imperio, y los sesudos neoliberales de América Latina hicieron el papel de idiotas útiles. Hoy ha quedado al descubierto la farsa: mientras Estados Unidos le pedía a todo el mundo que tuviera las cuentas claras, ahora muestra un déficit fiscal enorme y otro tanto ocurre con su balanza de pagos.
Esto sumado al altísimo costo de guerras de rapiña, justificadas con mentiras y que sólo benefician a las empresas, produjo que los norteamericanos, para sostener el nivel de vida acostumbrado: seguro médico, universidad, vivienda propia, y por supuesto la inundación de productos de la revolución tecnológica: celulares, DVD, aparatos diversos, comenzaran a vivir del crédito. El crecimiento de la burbuja hizo que los precios del mercado inmobiliario subieran desmesuradamente y el exceso en el uso del crédito trajo como consecuencia una “crisis de solvencia”. El ciudadano común no podía pagar sus cuotas y ahora que se reventó, los incautos compradores de viviendas no podrán pagar sus hipotecas. La resultante fue una “crisis de liquidez”, (falta de circulante), que trajo como consecuencia la crisis bursátil: el último tonto, no encontró otro más tonto que él para venderle y el valor real de la economía quedó al descubierto.
El ventarrón los dejó en bolas y ahora no encuentran manera de tapar su desnudez. Para mayor desgracia del sistema, no parece existir la perspectiva de una guerra universal que les permita poner en funcionamiento todo su aparto industrial reactivando con ello su economía. Al menos queda la posibilidad de guerritas regionales. Desesperados comienzan a pensar en ello: ¿Qué tal Mohamar Kadafi, Irán, Hugo Chávez, o Evo Morales? ¿Por qué no invadimos México con el pretexto del narcotráfico y nos quedamos con lo que no le quitamos en 1848? ¿No habrá algún planeta contra el cual podamos iniciar una guerra con el pretexto de que amenaza al Mundo Libre? ¿Cuál Mundo Libre? ¿Entonces ha sido en vano que pusiéramos en el dólar “In God we trust”, (en Dios confiamos)? ¿Será que ya ni Dios confía en nosotros? ¡Es urgente, inventemos enemigos! ¡Llamen a Steven Spielberg a ver si puede fantasear algo!
En referencia a esta crisis mi amigo Marcelo Arias, me recordaba el final de una canción de Joan Manuel Serrat: “… vamos bajando la cuesta / que arriba en mi calle / se acabó la fiesta.”, pero hay unas preguntas que nos quedan flotando: ¿Quién pagará por esta fiesta? ¿Si según su propia contabilidad, las empresas norteamericanas ganaron en los últimos años 700 mil millones de dólares, por qué el Estado tiene que disponer ahora de la misma suma para salvarlas? ¿Si los mercados se regulan a sí mismos, no sería correcto que esas empresas dispusieran de esas ganancias para cubrir el desfalco?
Y la más asombrosa: ¿Dónde están ahora los neoliberales? Brillan por su ausencia, porque no aparece ninguno a dar cuentas de su fracaso.
Yo le diré donde están: disfrutando de lo robado. El Comité del Congreso de los EE UU interrogó a los ejecutivos de la aseguradora AIG, sobre como era posible que mientras la empresa era rescatada con 85 millones de dólares de los contribuyentes, ellos gastaran medio millón de la empresa para relajarse del estrés ocupando 60 habitaciones de un hotel de lujo en las playas de California: 200 mil fueron para el hospedaje, 150 mil en comidas, 10 mil en el bar y 23 mil en el spa.
“Estaban gastando en manicures, faciales, pedicuros y masajes mientras que el pueblo estadounidense pagaba la cuenta”, dijo el representante demócrata de Maryland Elijah Cummings. Al día siguiente, la Reserva Federal les otorgó a estos “pobres muchachos” otro préstamo por 38.7 millones más. ¿A qué playa se habrán ido ahora?
¡Paren el mundo, me quiero bajar!
Porque la historia me ha enseñado que hay una relación directa entre los grandes capitales y el fascismo, que no es otra cosa que el capitalismo convertido en regente de la vida y la muerte de todos los seres humanos y sé también que no ha muerto, está agazapado esperando para dar otro zarpazo.

Señores, no estén tan contentos con la derrota (de Hitler). Porque aunque el mudo se haya puesto de pie y haya detenido al bastardo, la Puta que lo parió está caliente de nuevo.
Bertolt Brecht